Urbs Roma
Pensamientos de la antigüedad

La presentación en Madrid del montaje teatral de Calixto Bieito Los Persas. Requiem por un soldado, me permite recuperar unas reflexiones que ya me hice en su día a propósito de la representación de esta obra en el Festival de Mérida. En su día decidí que mis vacaciones estivales empezaran ahí, de tal modo que me dije que según salía de mi residencia habitual, mis pasos se encaminarían hacia el Teatro Romano de Mérida. Una buena tarde de junio me metí en la página web del Festival emeritense para ver qué obra podíamos ver el día que nos marchábamos. Pasaríamos a Mérida y de allí nos marcharíamos al pueblo, antes de emprender otra aventura. Al fin y al cabo, con el arreglo de la Ruta de la Plata cada vez es más sencillo y rápido llegar desde Emerita a Hispalis. El asunto es que ese día hacían Los Persas de Esquilo. El subtítulo Requiem por un soldado no aparecía en la programación, y si lo hubiera hecho ya me hubiera precavido. Quiero decir: cuando uno decide comprar una entrada para ver una obra en la noche mágica de Mérida, cuando la canícula aprieta al día para que las sagradas piedras resoplen su riscaldamento a la noche, lo hace porque quiere ver teatro clásico griego o romano, en el marco incomparable de la rutilante escena que se yergue desde que Agripa consagrara el recinto. La obra era, se suponía, Los Persas. Esta pieza es la obra más antigua de Esquilo que se conserva, y por tanto se trata de la primera obra teatral que tenemos. Su tema es la hybris. Los persas, a cuyo frente se encuentra Jerjes, son derrotados por los griegos en Salamina, y el poeta atribuye esta célebre derrota a la soberbia altaneria de Jerjes que recibe el castigo apropiado porque los dioses se sienten ofendidos. Dicha soberbia, hybris, se ha manifestado, según revela el fantasma de Darío, padre de Jerjes, en la construcción de un enorme puente hecho con barcos para cruzar el Helesponto. Se trata, curiosamente, de la única tragedia de tema histórico que se conserva. No hay nada en Esquilo que permita suponer que se trata de una tragedia que aborda "los horrores de la guerra" (lo que sí puede leerse en el teatro de Eurípides, humano, demasiado humano). Las preocupaciones de Esquilo eran otras y, desde luego, Calixto Bieito es incapaz de comprenderlas. Este señor se permite el lujo de coger a Esquilo y darle la lectura que a él le apetece, es decir, una que no tiene nada que ver con el original, ni en su más remoto sentido. Por lo que parece, Bieito es muy famoso por sus montajes operísticos "revolucionarios", o por poner a Segismundo masturbándose en su ensoñadora torre. Es el típico escenógrafo "creador". Un regalo vamos. La cosa a mí me importa tanto como la migración de las tortugas siberianas, o sea, nada. Pero en este caso, como soy una víctima de un engaño, pues lo digo. La obra es un "alegato" (palabra muy de moda) contra la guerra de Irak (Bieito dice que no es un "alegato", y que no es contra la guerra de Irak, sino contra todas las guerras). Pues muy bien. Este señor es muy libre de hacer un montaje contra la guerra de Irak, o contra todas las guerras, y poner a Natalia Dicenta cantando por Janis Joplin como el culo y al actor que hace del fantasma de Darío quejándose porque pierde el Atleti. Particularmente, la obra, en sí misma, tal y como está hecha, me resultó soporífera, insufrible, y además perro flauta y modernita, en el peor sentido de la palabra "modernita". Yolanda lo dijo claramente, y ella no tiene ningún compromiso con el teatro clásico: "la peor obra de teatro que he visto en mi vida". Su juicio es, desde luego, claro y puro. Seguro que más que el mío, que va preñado de insomnes compromisos previos. Pero puedo hasta entender (a duras penas, pero entender) que haya a quien le guste, diantre.

Lo que me molesta es que me estafen. Si la obra se hubiera titulado Requiem por un soldado, pues no pasa ni media; no creo que la hubiera visto, pero habría gente que sí, y también se habría generado discusión, porque se trata de una obra política, pacifista, se supone, en un tiempo de patio revuelto. Pero lo que a mí me molesta, lo que molesta a los amantes del teatro clásico que acuden cada verano al sagrado escenario del Teatro Emeritense, es que te anuncien un montaje de una obra cualquiera, y del montón, con el nombre de Los Persas de Esquilo. Insisto: no se trata de un montaje moderno de la obra -estos suelen indignar también con cierta razón a los puristas, pero hasta cierto punto son aceptables-, es que es OTRA OBRA DE TEATRO que no tiene ABSOLUTAMENTE NADA que ver con Esquilo, ni con Los Persas, ni nada. Fíjense lo antimilitarista que era Esquilo que cuando murió, dejo en su epitafio, como márchamo de su gloria, no que fue la mayor gloria del teatro griego, sino que combatió en Maratón. Y todavía tienen la poca vergüenza de insistir en que si la tragedia de Esquilo mantiene valores perennes, que si en ella se oyen pensamientos actuales...eso es una modita que tela marinera respecto a los clásicos, que si la actualidad de su mensaje y patatín, pero para lo que les interesa, claro: "Si Esquilo estuviera entre nosotros estaría muy contento de ver que su obra es de actualidad porque sigue sirviendo para documentar las guerras y para comprobar su inutilidad", declaró en una rueda de prensa Natalia Dicenta: si Esquilo estuviera entre nosotros, saldría corriendo, guapa. Yo decido hacerme cuatrocientos kilómetros para disfrutar de una versión de Esquilo, puede que mejor, puede que peor, en el Teatro Romano de Mérida, y resulta que me topo con una cosa que no tiene que ver, ni de lejos, con el texto esquíleo, ni con la esencia de la obra, que es, insisto, la hybris. Una hybris de la que Calixto Bieito, sostengo, es máximo exponente. Y cobrándola, claro, porque esto no es más que una sucia estratagema para cobrar todo lo que apareja representar en el mágico verano de Mérida. Uno, los responsables del Festival deben tener más cuidado. Mérida y el teatro son sinónimos. Cuando echaba un vistazo en la Plaza del Ayto. a la exposición de recuerdos del Festival, de las mujeres en el Festival, y veia a Margarita Xirgú haciendo de la maga Medea, con su rostro lleno de odio, mis entendederas se estremecían. Los responsables del Festival deben cuidar de que esto no se convierta en una pantomima. Y dos: por su hybris, Calixto Bieito sufrirá, tarde o temprano, la ira de los dioses.
 
Y si queréis saber lo que ocurre en el lugar más importante e imponente del universo, pulsad el enlace.
WEBCAM DEL PANTEÓN

Leía hace algún tiempo una interesante reflexión-exposición
acerca de los usos y abusos sexuales y amorosos en la antigüedad
clásica. Claro es que podrían hacerse allí algunas
precisiones al asunto, como a todo,un asunto tratado de todas formas
con cierto tino. ¡Ah, mi dulce Roma! Entre estas flores enfermas de
la perversión erótica, toca de pasada el autor la
anécdota que narra Juvenal acerca de la emperatriz zorra
Mesalina, quien acostumbraba a vender su cuerpo en la Subura a todo
macho en celo que por allí pasara. Así que si os place,
os ofrezco aquí el fragmento, un fragmento sin desperdicio,
como vereis abajo. Se trata del texto comprendido entre los versos
115-132 de la sátira VI de Juvenal (en la edición que
manejo, la insuperable de W.V. Clausen, se altera el orden de los
manuscritos [118-117] y se suprime el verso 126 que yo incluyo aquí).
Vais a ver, vais a ver (para quien esté interesado en la
poesía satírica de Juvenal, recomiendo la traducción
de F. Socas publicada en Alianza, fina en todos los sentidos):
Vuelve
tu mirada hacia los émulos de los dioses, escucha lo que
Claudio soportó. Al notarlo dormido su esposa atreviéndose
a tomar la capucha en el Palatino la
Augusta furcia y a dejar en la habitación una tapadera, le
abandonaba con la única compañía de una esclava. Ocultando
su cabello moreno con una peluca rubia, entraba
en el tibio prostíbulo con ajados harapos, en el
aposento, vacío y suyo; entonces, desnudas sus tetas doradas,
pone en la entrada el falso nombre de Lycisca y muestra
tu vientre, noble Británico. Recibía
dulcemente a los que entraban , les pedía dinero, y sin
parar se tragaba tendida las acometidas de todos. En cuanto
el proxeneta despacha a sus chicas, triste se
marcha, aunque, ya que pudo, cerró la última su
aposento, ardiendo todavía por la comezón de su vulva
tiesa, cansada
de hombres, no saciada todavía se retiraba, y sucia,
con las mejillas negras, por elhumo de la lucerna, contaminada
llevaba a su almohada el olor del prostíbulo.
Esta
Mesalina, hija de Barbato Mesala, primo del emperador Claudio, fue
esposa aceptada y amada, al parecer, hasta que Claudio tuvo noticia
de sus desvaríos ninfomaníacos y la ajustició
(para más abundar, la joven, tras celebrar el matrimonio con
C. Silio, había puesto en mano de los augures una dote),
acabando con su vida. Cuenta Suetonio que el divino Claudio llegó
a jurar ante la guardia pretoriana, bajo promesa de darse muerte,
permanecer célibe de por vida. Volvió a casarse sin
embargo con Agripina la menor (otra que bien bailaba) pero es
probable que en su acción no existiera más propósito
que allanar el terreno a la sucesión incongruente (Claudio
tenía un hijo) de su hijastro Nerón. Probablemente
Claudio siguió célibe, asqueado de la cosa aquella que
horriblemente plasmaría luego Juvenal.
El fragmento
vertido aquí tiene su fundamento en el pesimista retrato de
las costumbres degeneradas a las que han llegado las mujeres en Roma
(¡qué lejos el virtuosismo de una Cornelia!), Roma en
general. Estos “émulos de los dioses” (rivales en
latín), por ser émulos precisamente, por estar cada vez
más cimentados los principios del culto imperial en la Roma de
Juvenal, parecían presos de una extraña tendencia de
absoluta perversión. Desde Tiberio a Domiciano, sólo
Claudio y Vespasiano están libres de prácticas
escabrosas (así en nuestras fuentes) en la leyenda abrupta
del sexo imperial.
¡Ah la
augusta ramera Mesalina, cuánto gozaba con las acometidas de
todos (cunctorum ictus), gozosa reina del falo mostrando su
vientre preñado! Pues ese “noble Británico” es el
hijo que tuvo con… ¿Claudio?, y nos viene a la mente aquel
Naneyo de quien nos hablaba Marcial, que con su lengua experta
adivinaba si lo que había dentro era niño o niña,
pegado a la hinchada vulva. ¡Ah, la zorra Mesalina!, la loba,
pues tanto es así que el nombre de Lycisca viene del griego
lykos, lobo, y que “burdel” en latín se dice
lupanar, el hogar de las lobas. Y acerca de la loba que
amamantó a Romulo y Remo, nos dice racionalmente Livio que hay
quienes dicen que Larentia, la esposa del pastor Faústulo que
recogió a los gemelos, era conocida como lupa por
venderse entre los pastores, y así Roma es hija de una puta y
en ella reina la puta Mesalina. A propósito de esto, la
palabra “prostituirse” procede de prostitit… titulum,
poner en la puerta el nombre y el precio. Mesalina no necesitaba
proxeneta. Ella misma fijaba los honorarios precisos para el goce de
su vulva ardiente. Fijaos en la terrible imagen de esta ilustre
ordeñadora llevando el sucio olor del putiferio al palacio de
los dioses, contaminando su almohada (pulvinar). Fijaos, hijos
de Roma, como nuestra abuela primera fue puta loba y nos dio el
manjar gozoso de la emperatriz puta y todos así, nos cuenta
Juvenal, somos grandes hijos de puta y hablamos el idioma puro de la
putez.

Ahora una de las piezas más conocidas de Catulo, el poema III, canto fúnebre por la muerte del gorrión (passer) de su amada Lesbia. Buen momento, pues, para hablar de esta Lesbia: era costumbre en los poetas antiguos llamar con un seudónimo a la amada correspondiente, nombre que se correspondía métricamente con el real. En el caso que nos ocupa, Lesbia es Clodia o Claudia, y en la denominación elegida por el poeta hay un guiño docto a la poetisa más celebre de la antigüedad, admirada por este Catulo que incluso adaptó una de sus piezas más conocidas en su poema LI que ya leeremos más adelante, Safo de Lesbos, mágica suprema que floreció allá por el siglo VI antes de la era en la isla de Lesbos, lindante con Asia Menor. Como podrás fácilmente imaginar, la poesía lírica de Safo se debatía en el desespero por el abandono de las doncellas a las que educaba en un ambiente refinado, círculos selectos. Estas doncellas abandonaban a la tierna Safo cuando en la flor de su juventud debían tomar marido: cuenta la leyenda que Safo, en un ataque de desesperación, se arrojó desde la roca Leúcade, en el mismo lugar donde había llegado la cabeza de Orfeo tras ser despedazado por las Ménades. Así es la cosa, y por eso hoy se llama a las mujeres de tendencias homosexuales "lesbianas".
Diremos también que este pequeño y en apariencia inocente poemilla admite una segunda interpretación que no ha pasado desapercibida a los comentaristas al uso: el gorrión de Lesbia, muerto ahora, no era tal gorrión. En el poeta Marcial, evidente seguidor de el de Verona, también se juega con este doble sentido: el gorrión de Lesbia sería el nabo de Catulo. Ovidio, en los Amores, será más explícito.
Poneos de luto, Amores y Deseos,
cuantos hombres gozosos hay:
ha muerto el gorrión de mi niña,
su gorrión, delicia de mi niña,
a quien amaba más que a sus ojos.
Pues era de miel y a su dueña
la conocía tan bien como una niña
a su madre, y de su regazo no se apartaba,
sino que saltando aquí, allí, aquí,
llegaba piando junto a su única dueña:
ahora marcha a través del camino tenebroso,
aquel de donde niegan a todos el retorno.
¡Os maldigo, malvadas tinieblas
del Orco, que todo lo bello devoráis:
tan hermoso pájaro me arrebatasteis!
¡Maldita sea! ¡Desgraciado gorrión!
Ahora por ti enrojecen los ojillos,
llorando, hinchados de mi niña.
Estas son unas versiones mías de Catulo que os iré ofreciendo en el bloggie poco a poco, que puede que no sean tan buenas como otras que hay rulando por ahí, pero tienen la ventaja de que las he hecho yo, como un tributo a la locura de los manes inmortales, y así nos vamos entreteniendo.
Catulo tenía la costumbre de llamar a sus poemas nugae, bagatelas, piezas cortas e intrascendentes lejos de la pompa de lo sublime de la épica y la tragedia. Aun así, no dejó de intentar empresas de vuelos más altos, poemas épicos en miniatura (conocidos como epilios en el argot de la filología), densas elegías o canciones de boda (epitalamios) en distintos registros métricos que tratan de acercarse a la magia de los poetas griegos, maestros de vida y pasión, probablemente los dos esenciales pilares catulianos. Algo de todo esto os ofrezco aquí, deteniéndome en los poemas más guarretes y plasmando aquí también algo de los poemas doctos. Para hacer justicia a la fama voraz, también os traduzco algunos de los dedicados a Lesbia, la terrible locura amorosa de nuestro poeta y la faceta más conocida de su poesía. Esta Lesbia era una buena pieza llamada en realidad Claudia Pulcher, hermana de un famoso agitador de tiempos de finales de la república romana, Claudio Pulcher, contra quien obró Cicerón. Ya te comentaré algo a través de las breves introducciones que haremos a nuestras versiones que irán dibujándose poco a poco. Pues eso, sea.
1. El primer poema que vamos a leer, es también el primero del libro de Catulo de Verona, y es una dedicatoria. Nada mejor, entonces, para empezar. El destinatario es Cornelio Nepote, aquel que escribió las vidas de hombres ilustres de la antigüedad. Parece raro, sea como sea, que un hombre tan dicharachero como Catulo dedique sus cosas a hombre tan sesudo como Nepote, y así hay que pensar en que no es de desdeñar la idea de la ironía. Sin embargo, ya en su vejez, Nepote se quejaría amargamente de la muerte de la poesía desde que Catulo y Lucrecio murieron. No miraba, sin duda, Nepote la fuerza de aquellos poetas jóvenes que empezaban entonces a descollar como relumbrón y cumbre del espíritu antiguo: Virgilio y Horacio. La "doncella protectora" (virgo patrona) es, claro, Minerva, la virgen Palas Atenea, diosa de la sabiduría y las artes liberales.
¿A quién regalo mi librillo, nuevo, gracioso
recién pulido con seca piedra pómez?
Cornelio, a ti; porque tu solías
pensar que mis bagatelas valían algo
ya entonces, al ser el único ítalo en atreverse
a contar toda la historia en tres libros
doctos, por Júpiter, y afanosos.
Por lo cual ten para ti cualquier cosa que sea
este librillo y como sea; que, doncella protectora,
ojalá perviva más de un siglo.
Baco, con su salvaje cortejo, acude en pos de la desgraciada Ariadna, abandonada a su suerte en Naxos, por ese vil Teseo, después de que la hija de Minos lo hubiera ayudado a escapar del laberinto ideado por Dédalo. Creta queda lejos pero la inmortalidad es tu premio (Tiziano, 1520-1522, National Gallery, Londres).

Últimamente, no son pocos los amigüitos que me preguntan por la historicidad de la trama de esa milagrosa joya televisiva llamada ROMA, esa serie que algunos habíamos soñado y que de pronto ha aparecido antes nosotros como un extraño ente lacerado por la vergonzosa carroña publicitaria del Ciudadano Polanco y su señora madre (tirad de burrito o pasad por caja: no perdáis más el tiempo con la cosa cuadrangular). El asunto más candente no es la soberbia recreación del conflicto civil y de la revolución cesariana, sino la cuestión de los dos soldado, Pulón y Voreno (Pullo el primero, sin transcripción, a la latina, en el doblaje español de la serie), que crean una trama subterránea y paralela a los hechos historicos que tan formidablemente se retratan. El anzuelo del vulgo, diríase. Pues bien, los personajes son históricos y aparecen retratados con precisión magistral en la 'Guerra de las Galias' (V, 44, sólo en ese capítulo). Aquí os planto el texto y ahora os comento algo:
Erant in ea legione fortissimi viri centuriones qui iam primis ordinibus adpropinquarent, Titus Pullo et Lucius Vorenus. hi perpetuas inter se controversias habebant, uter alteri anteferretur, omnibusque annis de loco summis simultatibus contendebant. ex his Pullo, cum acerrime ad munitiones pugnaretur, 'quid dubitas' inquit 'Vorene? aut quem locum tuae probandae virtutis exspectas? hic dies de nostris controversiis iudicabit.' haec cum dixisset, procedit extra munitiones quaque hostium pars confertissima est visa, inrumpit. ne Vorenus quidem sese tum vallo continet, sed omnium veritus existimationem subsequitur. mediocri spatio relicto Pullo pilum in hostes inmittit atque unum ex multitudine procurrentem traicit. quo percusso exanimatoque hunc scutis protegunt hostes, in illum universi tela coniciunt neque dant progrediendi facultatem. transfigitur scutum Pulloni et verutum in balteo defigitur. avertit hic casus vaginam et gladium educere conanti dextram moratur manum impeditumque hostes circumsistunt. succurrit inimicus illi Vorenus et laboranti subvenit. ad hunc se confestim a Pullone omnis multitudo convertit; illum veruto transfixum arbitrantur. Vorenus gladio rem comminus gerit atque uno interfecto reliquos paulum propellit; dum cupidius instat, in locum inferiorem deiectus concidit. huic rursus circumvento subsidium fert Pullo, atque ambo incolumes compluribus interfectis summa cum laude intra munitiones se recipiunt. sic fortuna in contentione et certamine utrumque versavit, ut alter alteri inimicus auxilio salutique esset neque diiudicari posset, uter utri virtute anteferendus videretur.
"Había en esta legión unos centuriones, hombres fuertes en extremo, que ya se acercaban al grado principal, Tito Pulón y Lucio Voreno. Tenían constantes disputas entre sí, si uno aventajaba al otro, y año tras año competían con la mayor rivalidad. De estos, Pulón, luchando con gran vehemencia junto a las trincheras, dijo, "¿Por qué dudas, Voreno? ¿Qué oportunidad esperas para probar tu valor? Este día será juez de nuestras disputas". Según dijo esto, salió de las trincheras y por el flanco de los enemigos que le pareció más denso irrumpió. Voreno ni por un instante se queda en la empalizada, sino que sale detrás temeroso de lo que piensen los demás. Tras dejar un pequeño espacio, Pulón arroja su lanza contra los enemigos y atraviesa a uno que salía de la muchedumbre. A este, golpeado y exánime, lo protegen los enemigos con sus escudos, se vuelven contra Pulón a una, arrojan flechas y no le dan posibilidad de movimiento. Atraviesan el escudo de Pulón y el dardo se clava en su tahalí. Cosa que gira la vaina y, aunque intenta sacar la espada, su mano derecha se queda atrás y los enemigos le rodean impedido como está. Viene en su ayuda Voreno, su rival, y le presta socorro mientras aquél se afana. Toda la muchedumbre se vuelve de pronto de Pulón a éste; se creen que el dardo lo ha atravesado. Voreno lucha con su espada de cuerpo a cuerpo, y tras matar a uno, aparta a los demás un tanto; mientras aprieta con más vehemencia, es conducido a un lugar más bajo y cae. Una vez rodeado este de nuevo, llega en su ayuda Pulón, y los dos, ilesos, tras acabar con muchos y con la mayor alabanza se retiran a las trincheras. Así la suerte en su disputa y combate actuó para uno y otro de manera que uno rival del otro fueran auxilio y salvación, y no pudiera juzgarse si uno parecía anteceder al otro en valor".
No salen más en toda la obra. Este episodio parece que se retrata en la primera aparición de los dos personajes en la serie durante el inicio del primer capítulo, pero hay una diferencia, Voreno es centurión, no así Pulón, que es un legionario de su centuria. Es este el que sale y hace frente a los enemigos, los feroces Nervios. Cosa inédita esta de la lucha cuerpo a cuerpo encarnizada en un soldado romano, pues es así que el miles siempre combatía en formación: esto le reprocha Voreno en la serie y por eso sufre castigo. He aquí a un soldado tan lleno de areté como Leónidas. Lo que la serie parece expresar estupendamente a lo largo de todo su transcurso es el conflicto entre camaradería y rivalidad, supeditado a una históricamente inexistente subordinación de grado, pero en esencia tan moralmente elevado como los augurios que recibe César en el templo de Júpiter Óptimo Máximo.
La Domus Aurea, la legendaria y estrafalaria residencia que Nerón Ahenobarbo se construyó después del incendio del año 64 y se extendía desde el Colle Oppio hasta el Palatino, atravesando los terrenos que ahora ocupa el Anfiteatro Flavio, abrió sus puertas al público después de largas tareas de restauración hace aproximadamente 8 años. Era el momento de pisar la sala octogonal, de unir en un mismo deseo el rumor de cenas triunfales y de delirios faraónicos y trágicos, era el momento de comprender el auténtico espíritu de lo 'grottesco', era el momento de gozar a Fábulo y a Quirón educando a Aquiles. Durante mi primera visita a Roma, el año 99, aquello estaba en su apogeo. Largas colas esperaban para 'fare la prenotazione' que te mandaba a unos días después, a una cita ineludible con una de las ruinas más asombrosas e inspiradoras de la Roma eterna. Mi cita tuvo lugar un caluroso domingo de agosto, después de una noche trepidante por las zonas suburbiales de la periferia romana, en compañía de un buen amigo, Patrizio, que conocí tras una proyección de 'Sed de Mal' de Welles, en el Trastevere, y nunca más volví a ver. Con cierta pereza de resaca y tras un sueño truncado por viles accesos de tos, fruto de los chestitos y la sequedad del albergue Abruzzi, pisé la Domus Aurea. Lo que se visitaba era sólo una fracción de la misma, aneja a una termas que Trajano construyó en su reurbanización del Quirinal, pero bastaba para hacerse una idea de la deliciosa megalomanía de tan encantador diablo. Salí pasmado. Herido. Estas son las palabras que entonces escribí:
Ese despojo donde hoy he penetrado se formaba con enormes galerías, anillos forrados de mármol pentélico, oro en las bóvedas, pinturas de Fábulo alumbrando el recuerdo de aquel encuentro maravilloso sobre la torre del palacio de Príamo. Nerón no entendía de propagandas imperiales ni reformas REALES, Nerón sólo atendía a un sueño de grandeza irreparable, una grandeza que de suyo era genuina y que merecía hacer lo que hizo. Por lo menos este Kubla y Kanh, esta Xanadú divagante, grotesco y frío hoy, conmovedoramente inhumano. Y brevemente levantado, hombres atados a la bóveda, ¡ay, Fábulo, quedándote aquí! Conformó este Nerón el altar perfecto para negarnos nuestra sed. Roma sufre pero yo no.
AD DOMUM AUREAM
El mármol me atraviesa sin estar Terpsícore habla pero me abandona, Llena la estancia de lento bienestar, Lanza tu piel entre Asís y Sulmona.
Habla mi hogar con las paredes negras con Aquiles labrando su destino y entre tú y yo despierto corre y cierra amamantando sueños de otro vino.
Has caído en esa trampa, Ahenobarbo, sin saber que sería yo el que vendría, atrapando mi enlace, un nuevo trono
que sabe de olvidar, no de infiel espasmo, cazando a lo lejos, pues parecería mi dorada morada puro abandono.
Todavía tendría tiempo de visitar la Domus Aurea hace un par de años, y esta vez en compañía. La experiencia no fue tan espectacular, sin duda porque ya conocía aquellos parajes y el silencio me había conmovido lo suficiente la primera vez, ocupado como estaba por retener en mi retina cada rincón olvidado, mi propia sombra persiguiendo. Era una extraña premonición de que ocurriría lo que ahora ha pasado. Parece que en Italia no hay dinero para mantener el inmortal silencio de su legado, y el gobierno de Silvio (¡paradoja que se llame así!) se encarga de cicatear el asunto. Se publican fotos de la sala octogonal llena de andamios, goteras, diluvio de visitas y un ministro de cultura pregonando desde su absoluta responsabilidad que o liras o destitución implícita. El Palatino es un queso gruyeré, y si no se pone remedio seremos los últimos privilegiados en contemplar la herencia inmortal de una llama que las vestales se afanan en no dejar de prender para alimentar lo que queda del absoluto. ¿Cuándo podrás entrar en esta cueva?

Aquí tenéis una vieja traducción mía, apenas sin revisar, de uno de los poemas que se incluyen en la Appendix Vergiliana, esa colección de deliciosos poemas que la antigüedad atribuía al príncipe de la poesía latina, Virgilio. Algunos críticos defienden la real autoría de esta pieza y de las que conforman el canon del llamado Catalepton ('Sutilezas' podríamos traducir, 'Piezas ingeniosas') en ritmo yámbico buena parte de ellas. Habla de Sirón, su maestro epicúreo:
Ite hinc, inanes, ite, rhetorum ampullae,
inflata rhoezo non Achaico uerba;
et uos, Selique Tarquitique Varroque,
scholasticorum natio madens pingui,
ite hinc, inane cymbalon iuuentutis;
tuque, o mearum cura, Sexte, curarum,
uale, Sabine; iam ualete, formosi.
nos ad beatos uela mittimus portus
magni petentes docta dicta Sironis,
uitamque ab omni uindicabimus cura.
ite hinc, Camenae, uos quoque ite iam sane,
dulces Camenae nam fatebimur uerum,
dulces fuistis, et tamen meas chartas
reuisitote, sed pudenter et raro.
Marchaos de aquí, inútiles, largaos, pullas de retores,
Palabras hinchadas por no aqueo rechinar;
Y vosotros, Selio, Tarquitio y Varrón,
Especie empapada por la grasa de los declamadores
Marchaos de aquí, inútil címbalo de la juventud;
Y tú, Sexto, preocupación de mis preocupaciones,
Adiós, Sabino; adiós ya, hermosos.
Soltamos las velas hacia un puerto dichoso
En busca de las doctas palabras del gran Sirón,
Y vamos a librar la vida de toda preocupación.
Marchaos de aquí, Camenas, largaos también, sí,
Dulces Camenas, pues vamos a proclamar la verdad,
Dulces fuisteis, y aunque volváis a mirar mis poemas,
con reserva y de vez en cuando.
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